EXPOSICIÓN: «UNA CASA EN EL AIRE», objetos/poemas y collages de JESÚS PEÑAMIL > 26 ABRIL - 2 JUNIO de 2007


 



Una caligrafía objetual
-Adolfo Montejo Navas-

¿Habría que renunciar a la velocidad, a esa fábula que ya se independizó del tiempo, y quizá volver a escuchar otro diapasón sismográfico? ¿Colocarnos más cerca entonces de algunas fuentes matriciales, inframatéricas, y escuchar los fragmentos a su imán, como decía Lezama Lima?. Porque en ello hay bastante en juego, un cierto territorio de la memoria, acaso alguna inocencia por conquistar, si eso es algo todavía posible, una estrategia válida en nuestra contemporaneidad. En el sueño quimérico de toda composición, o ensamblaje heredado de la filosofía visual del collage, hay entrañado un sentimiento de lo real con la vocación originaria de otra respiración, la posibilidad entrevista de la reversibilidad del mundo gracias a la sintaxis de las apropiaciones, transmutaciones, metamorfosis. No en vano, el collage tiene algo de emancipación espiritual y al mismo tiempo de reconocimiento de una parte oculta: su aparente decir ciego ve y dimensiona otras cosas.

Toda la obra de Jesús Peñamil deletrea eso en su vocabulario objetual y en un volumen más bajo que el de nuestro moto continuo. Su postura minimalista no es sólo elemental (los elementos escuetos) como también tonal (colores y materiales en do menor, mates) y, por ende, no quiere jugar a que se le oiga en demasía, sino que está más interesado en escuchar. Y en distribuir sus señales sotto voce, para reservar un silencio dentro. Una batalla que es tanto más dura precisamente cuanto más sutil es. De hecho, nuestra sociedad estetizada hasta lo impensable excluye o fagocita cualquier operación estética que no comulgue con su obligada orquestación de signos en la dirección aconsejada. Y en eso el espíritu del collage guarda siempre una sospecha, o simplemente conspira: mantiene en alta una discordancia (armonizada o no), una valoración de los fragmentos, de los residuos como desvíos, hechos extravíos, paradójicamente, para encontrarnos con otra forma.

En la austeridad iconográfica de Peñamil prima un rigor compositivo que no exclusiviza los materiales, pues siempre son aleaciones en el sentido alquímico, schwittersiano, cuyo objetivo es encontrar otra relación con las cosas, o sea, producir otros resultados que aquellos de las formulaciones que rigen la ley de la costumbre. Y también ha de reconocerse cómo la propia materialidad empleada duda de su condición más pesada, cómo toda su fisicalidad aspira a cierta levedad. De ahí que en las moduladas situaciones de esta técnica de ensamblaje se reconozca el aire que hay entre las piezas que la componen, una tensión visual armonizada, casi aérea.

En estas concisas ecuaciones visuales (próximas a la familia del haiku o del aforismo) también las palabras son invitadas de manera simbólica, y están a un lado y otro de los trabajos, porque están irradiándose con las de los títulos, nunca ajenos (y nunca naturalistas). Dad más aire al aire, Tiempo al tiempo, Trenzar lluvias hace camino, quieren prometer y cumplen sobre todo un cometido nada narrativo, nada servicial con la crisis de la representación que nos ocupa. Como sucede con la poesía, el lenguaje, los instrumentos usados, sólo deben llegar hasta la insinuación, pues si algo está prohibido es el ejercicio de denotar: no poner en duda el sistema de percepción, sus garantizados valores. Pues categorizar visualmente sería reducir el amplio abanico de sentidos en curso, la abertura para otro entendimiento. Por eso, todo aquí quiere ser económico, no en el sentido de la ciencia numérica, sino en el de la concentración emblemática, en el de la valoración extrema de lo que no lo tiene (otra afinidad claramente poética). La aparente simplicidad de estos collages tridimensionales exige un preciado tino: no caer en el esquematismo visual ni en la redundancia de la imagen (para eso está la publicidad y sus ecos cacofónicos). Todos los materiales empleados, cálidos como la madera, el papel, la lana, fríos como los metales o el vidrio, o los derivados de manufacturas tecnológicas o los procedentes de la naturaleza como semillas o alas, hablan alto en su lengua babélica. Y es en esa altura y vértigo, en ese inventado punto de equilibrio Ðlos collage son como los móviles en su necesidad de apoyo en lo insustentable - donde permanece la idisiosincracia de su técnica mixta, el ámbito de las construcciones, apropiaciones, inserciones, la capacidad innata como "nueva m‡quina de ver" (Jean Paulhan).

Jesús Peñamil es de la estirpe de artistas a favor de los microcosmos, los que no dan crédito a los sistemas maximalistas (sean monumentalidades espaciales o aquellas otras manifestaciones ideológicas del sentido, tan practicadas en otra época). Después de la decadencia de los meta-relatos, obras como las de Peñamil tienen alas. Un mayor espacio, y más pertinencia, para mostrar el sentido de su caligrafía objetual, su poética imagética. De hecho, aquí no se renuncia al sentido de poiesis, sea por su identificada valencia de creación, sea por su asociación con la poesía. En una poética del collage que siempre quiere partir de un punto cero de los materiales, de su desnudamiento, y de retrotraerse a la situación de magma, toda su caligrafía objetual (collage, poemas-objeto, cajas, composiciones matéricas realizada como palcos imaginarios) pertenece a un territorio que es lírico por condición, que reúne las apropiaciones/construcciones como lenguaje en suspensión (prueba de ello es cierto telón de fondo, colonial, histórico, de algunas obras, colocado con su retórica ideológica como un ruido de contrapunto, semiapagado).

Después del collage de las sucesivas vanguardias del siglo XX y del llamado "principio collage" como campo ampliado, incluso en las poéticas digitales, la contribución estética de Jesús Peñamil como edificador (según la terminología de Braque) de su caligrafía objetual, es reconocer lo discontinuo en el tiempo y la inversión de un mundo movedizo a través de un latido siempre mágico, y cuya finalidad sin duda es "arruinar todas las veleidades del sentido" (Emmanuel Guigon), a través de un haz de correspondencias que no tiene miedo de lo ignoto. Cual cosmologías enjutas, quintaesenciadas, por mediaciones elementales pero tan abiertas como alegóricas. Lo que, bien mirado, conduciría a renunciar a estas mismas palabras que sueñan con alguna aproximación. Habría pues que escuchar de nuevo.a: que la obra de arte absorbía incomprensiblemente el brillo de su propio estrellato en el universo de la producción capitalista, y que quizá había llegado la hora, como llegó gracias a él, de devolver a la pantalla de las imágenes todo lo que estas habían retenido desde que se empezaran a convertir en una auténtica obsesión para Occidente: de la gran obra de arte a la star, de la documentación sedicentemente objetiva del informativo de televisión o la prensa escrita a la publicidad, del anuncio de neón al fetiche...; todo, todo podría volver a nivelarse en función de un materialismo obsceno y sin jerarquías que nos liberaría, al parecer, del terror autoritario que se desprende de desear una cosa más que otra...


Adolfo Montejo Navas

-R’o de Janeiro, marzo de 2007-



TRAYECTORIA RESUMIDA DE JESÚS PEÑAMIL

 
 

 

 
 
 
 
 


















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