Una
caligrafía objetual
-Adolfo
Montejo Navas-
¿Habría
que renunciar a la velocidad, a esa fábula que ya se
independizó del tiempo, y quizá volver a escuchar
otro diapasón sismográfico? ¿Colocarnos
más cerca entonces de algunas fuentes matriciales, inframatéricas,
y escuchar los fragmentos a su imán, como decía
Lezama Lima?. Porque en ello hay bastante en juego, un cierto
territorio de la memoria, acaso alguna inocencia por conquistar,
si eso es algo todavía posible, una estrategia válida
en nuestra contemporaneidad. En el sueño quimérico
de toda composición, o ensamblaje heredado de la filosofía
visual del collage, hay entrañado un sentimiento de lo
real con la vocación originaria de otra respiración,
la posibilidad entrevista de la reversibilidad del mundo gracias
a la sintaxis de las apropiaciones, transmutaciones, metamorfosis.
No en vano, el collage tiene algo de emancipación espiritual
y al mismo tiempo de reconocimiento de una parte oculta: su
aparente decir ciego ve y dimensiona otras cosas.
Toda la obra de Jesús Peñamil deletrea eso en
su vocabulario objetual y en un volumen más bajo que
el de nuestro moto continuo. Su postura minimalista no
es sólo elemental (los elementos escuetos) como también
tonal (colores y materiales en do menor, mates) y, por ende,
no quiere jugar a que se le oiga en demasía, sino que
está más interesado en escuchar. Y en distribuir
sus señales sotto voce, para reservar un silencio
dentro. Una batalla que es tanto más dura precisamente
cuanto más sutil es. De hecho, nuestra sociedad estetizada
hasta lo impensable excluye o fagocita cualquier operación
estética que no comulgue con su obligada orquestación
de signos en la dirección aconsejada. Y en eso el espíritu
del collage guarda siempre una sospecha, o simplemente conspira:
mantiene en alta una discordancia (armonizada o no), una valoración
de los fragmentos, de los residuos como desvíos, hechos
extravíos, paradójicamente, para encontrarnos
con otra forma.
En la austeridad iconográfica de Peñamil prima
un rigor compositivo que no exclusiviza los materiales, pues
siempre son aleaciones en el sentido alquímico, schwittersiano,
cuyo objetivo es encontrar otra relación con las cosas,
o sea, producir otros resultados que aquellos de las formulaciones
que rigen la ley de la costumbre. Y también ha de reconocerse
cómo la propia materialidad empleada duda de su condición
más pesada, cómo toda su fisicalidad aspira a
cierta levedad. De ahí que en las moduladas situaciones
de esta técnica de ensamblaje se reconozca el aire que
hay entre las piezas que la componen, una tensión visual
armonizada, casi aérea.
En estas concisas ecuaciones visuales (próximas a la
familia del haiku o del aforismo) también las palabras
son invitadas de manera simbólica, y están a un
lado y otro de los trabajos, porque están irradiándose
con las de los títulos, nunca ajenos (y nunca naturalistas).
Dad más aire al aire, Tiempo al tiempo,
Trenzar lluvias hace camino, quieren prometer y cumplen
sobre todo un cometido nada narrativo, nada servicial con la
crisis de la representación que nos ocupa. Como sucede
con la poesía, el lenguaje, los instrumentos usados,
sólo deben llegar hasta la insinuación, pues si
algo está prohibido es el ejercicio de denotar: no poner
en duda el sistema de percepción, sus garantizados valores.
Pues categorizar visualmente sería reducir el amplio
abanico de sentidos en curso, la abertura para otro entendimiento.
Por eso, todo aquí quiere ser económico, no en
el sentido de la ciencia numérica, sino en el de la concentración
emblemática, en el de la valoración extrema de
lo que no lo tiene (otra afinidad claramente poética).
La aparente simplicidad de estos collages tridimensionales exige
un preciado tino: no caer en el esquematismo visual ni en la
redundancia de la imagen (para eso está la publicidad
y sus ecos cacofónicos). Todos los materiales empleados,
cálidos como la madera, el papel, la lana, fríos
como los metales o el vidrio, o los derivados de manufacturas
tecnológicas o los procedentes de la naturaleza como
semillas o alas, hablan alto en su lengua babélica. Y
es en esa altura y vértigo, en ese inventado punto de
equilibrio Ðlos collage son como los móviles en su necesidad
de apoyo en lo insustentable - donde permanece la idisiosincracia
de su técnica mixta, el ámbito de las construcciones,
apropiaciones, inserciones, la capacidad innata como "nueva
m‡quina de ver" (Jean Paulhan).
Jesús Peñamil es de la estirpe de artistas a favor
de los microcosmos, los que no dan crédito a los sistemas
maximalistas (sean monumentalidades espaciales o aquellas otras
manifestaciones ideológicas del sentido, tan practicadas
en otra época). Después de la decadencia de los
meta-relatos, obras como las de Peñamil tienen alas.
Un mayor espacio, y más pertinencia, para mostrar el
sentido de su caligrafía objetual, su poética
imagética. De hecho, aquí no se renuncia al sentido
de poiesis, sea por su identificada valencia de creación,
sea por su asociación con la poesía. En una poética
del collage que siempre quiere partir de un punto cero de los
materiales, de su desnudamiento, y de retrotraerse a la situación
de magma, toda su caligrafía objetual (collage, poemas-objeto,
cajas, composiciones matéricas realizada como palcos
imaginarios) pertenece a un territorio que es lírico
por condición, que reúne las apropiaciones/construcciones
como lenguaje en suspensión (prueba de ello es cierto
telón de fondo, colonial, histórico, de algunas
obras, colocado con su retórica ideológica como
un ruido de contrapunto, semiapagado).
Después del collage de las sucesivas vanguardias del
siglo XX y del llamado "principio collage" como campo
ampliado, incluso en las poéticas digitales, la contribución
estética de Jesús Peñamil como edificador
(según la terminología de Braque) de su caligrafía
objetual, es reconocer lo discontinuo en el tiempo y la inversión
de un mundo movedizo a través de un latido siempre mágico,
y cuya finalidad sin duda es "arruinar todas las veleidades
del sentido" (Emmanuel Guigon), a través de un haz
de correspondencias que no tiene miedo de lo ignoto. Cual cosmologías
enjutas, quintaesenciadas, por mediaciones elementales pero
tan abiertas como alegóricas. Lo que, bien mirado, conduciría
a renunciar a estas mismas palabras que sueñan con alguna
aproximación. Habría pues que escuchar de nuevo.a:
que la obra de arte absorbía incomprensiblemente el brillo
de su propio estrellato en el universo de la producción
capitalista, y que quizá había llegado la hora,
como llegó gracias a él, de devolver a la pantalla
de las imágenes todo lo que estas habían retenido
desde que se empezaran a convertir en una auténtica obsesión
para Occidente: de la gran obra de arte a la star, de
la documentación sedicentemente objetiva del informativo
de televisión o la prensa escrita a la publicidad, del
anuncio de neón al fetiche...; todo, todo podría
volver a nivelarse en función de un materialismo obsceno
y sin jerarquías que nos liberaría, al parecer,
del terror autoritario que se desprende de desear una cosa más
que otra...
Adolfo
Montejo Navas
-R’o
de Janeiro, marzo de 2007-
TRAYECTORIA
RESUMIDA DE JESÚS PEÑAMIL